Carla Alegría Vásquez: balance 2025
"El 2025 estuvo marcado por pérdidas de distinto tipo. Para algunos fue la despedida de una compañía de cuatro patas; para otros, un trabajo, un proyecto, una estabilidad. Hay quienes despidieron a un padre, a una abuela, a un hijo. No son experiencias comparables ni jerarquizables. Cada duelo es particular, porque cada vínculo lo es. No se trata de medir dolores, sino de reconocer procesos. Tal vez la pregunta más relevante no sea qué perdió cada persona, sino cómo transita esa pérdida: si la escucha, si la nombra, si la posterga. Porque cuando el dolor no encuentra espacio, no desaparece; se acumula. Y cuando se acumula, suele expresarse de formas más complejas y silenciosas", expresa en su columna de opinión de los días domingo la cientista político
Por Carla Alegría Vásquez (cientista político)
Cuando un año termina y otro comienza a asomarse, los balances se vuelven inevitables. Revisamos cifras, decisiones, proyectos, aciertos y errores. Miramos el país, los cambios que se anuncian y los procesos políticos que se avecinan y que, querámoslo o no, nos involucran a todos. La política no es un escenario ajeno: define prioridades y climas sociales que atraviesan nuestra vida cotidiana.
Sin embargo, en estos balances suele quedar fuera una dimensión clave: la emocional. En el trajín del día a día pareciera que solo hubiese espacio para hablar de victorias, avances y ganancias. Las pérdidas, las derrotas y lo que no resultó quedan relegadas al silencio, como si fueran un error que no merece relato. Y, sin embargo, es ahí donde muchas personas han vivido este año con mayor intensidad.
El 2025 estuvo marcado por pérdidas de distinto tipo. Para algunos fue la despedida de una compañía de cuatro patas; para otros, un trabajo, un proyecto, una estabilidad. Hay quienes despidieron a un padre, a una abuela, a un hijo. No son experiencias comparables ni jerarquizables. Cada duelo es particular, porque cada vínculo lo es. No se trata de medir dolores, sino de reconocer procesos.
Tal vez la pregunta más relevante no sea qué perdió cada persona, sino cómo transita esa pérdida: si la escucha, si la nombra, si la posterga. Porque cuando el dolor no encuentra espacio, no desaparece; se acumula. Y cuando se acumula, suele expresarse de formas más complejas y silenciosas.
Las cifras lo confirman. A nivel mundial, el suicidio sigue siendo una de las principales causas de muerte, especialmente en personas jóvenes. En Chile, las tasas se han mantenido altas, y regiones como el Maule registran cifras preocupantes. No son solo números: son historias interrumpidas, duelos no acompañados y silencios prolongados. Son señales claras de que el ámbito emocional no puede seguir siendo secundario.
Hablar de esto en estas fechas puede parecer incómodo, cuando muchos prefieren celebrar, olvidar y escribir nuevas metas. Pero sin este ejercicio de honestidad, los balances quedan incompletos. Reconocer el dolor, propio y ajeno, no debilita a una sociedad; la vuelve más honesta.
Diversos enfoques psicológicos coinciden en que poner palabras a lo vivido no borra la herida, pero sí permite integrarla y resignificarla.
Desde ahí, este cierre de año también puede leerse de otro modo: quienes llegamos hasta aquí somos sobrevivientes del 2025. Es una afirmación fuerte, pero simple. Pudimos habernos rendido más de una vez. Pudimos haber decidido no seguir intentando. Y, sin embargo, permanecimos. Con cansancio, con dudas, con pérdidas, pero seguimos.
En este balance aparece una pregunta inevitable: ¿desde dónde estamos definiendo el éxito? Muchas frustraciones no nacen solo de lo que perdimos, sino de haber medido la vida con parámetros ajenos. Definir qué es éxito para cada uno —en esta etapa, con esta historia— permite tomar decisiones más honestas y construir expectativas más amables.
El 2025 se agradece completo. Y para el 2026, más que correr a cumplir nuevas metas, tal vez sea tiempo de decidir con claridad qué se queda y qué se suelta. Por salud mental, vivir la propia realidad y ajustar las aspiraciones no es resignación, es cuidado.
Que este cierre de año no sea solo un punto final, sino una pausa consciente. Que el 2026 no nos encuentre corriendo sin mirar atrás, sino con la valentía de haber reconocido lo que dolió y lo que, aun así, nos sostuvo.
Antes de brindar, quizás valga la pena preguntarnos: ¿qué estoy dispuesto o dispuesta a dejar atrás para vivir con más verdad el año que comienza? ¿qué significa hoy el éxito para mí y qué decisiones necesito tomar desde ahí?
Que el 2026 nos encuentre presentes. No perfectos ni invencibles, sino conscientes. Y que lo bueno y lo malo que atravesemos nos vuelva, al menos, un poco más humanos.