Este fin de semana, Linares vivió una postal que resume bien nuestras contradicciones. En la cordillera, el Festival por los Ríos Libres celebró al Achibueno, ese río que sigue
resistiendo al avance de los intereses extractivos. En la ciudad, la Fiesta de la Cerveza reunió a miles de personas en torno a la música, el comercio y la vida social.
Dos celebraciones, dos maneras de entender lo que significa vivir y disfrutar un territorio.
En el Achibueno, la alegría se mezcla con la conciencia: se conversa, se comparte, se agradece. Pero el río, aunque libre, sigue vigilado; enfrenta amenazas silenciosas, no solo de proyectos externos, sino de nuestra falta de gestión y visión local. No faltan ganas ni materiales, falta propósito. Hacer comunidad no es solo reunirse, sino cuidar el lugar que nos reúne.
En la ciudad, el sonido cambia. Hay escenarios, luces, vasos plásticos y una energía más rápida, más efímera. No es una crítica al disfrute —todos necesitamos espacios para celebrar—, sino una invitación a preguntarnos qué dejamos cuando la música se apaga.
Cada evento masivo arrastra toneladas de residuos que terminan en vertederos o riberas, recordándonos que aún celebramos como si el territorio no sintiera.
Nos gusta decir que “eso de reciclar o de cuidar los desechos pasa solo en tierras vikingas”, como si no pudiéramos hacerlo aquí. Pero vivimos en un valle fértil, con ríos vivos, con gente capaz y comprometida. No nos falta nada, salvo la voluntad de organizarnos con sentido.
Mientras tanto, la Fiesta de la Primavera intenta volver a las raíces locales: rescatar la identidad, lo artesanal, lo que crece cuando miramos hacia adentro. Tal vez ahí esté la clave. No se trata de elegir entre el río o la cerveza, entre el campo o la ciudad, sino de reconciliar lo que somos: la alegría de celebrar y la responsabilidad de cuidar.
Estamos cerrando un año agotador, con una ciudadanía que mira con distancia las elecciones y los discursos. Quizás el desafío sea menos político y más humano: volver a darle contenido a nuestras fiestas, coherencia a nuestros gestos y pertenencia a nuestras alegrías.
Porque si no escuchamos el rumor del Achibueno, si solo miramos el agua sin entender lo que nos dice, seguiremos celebrando sin habitar de verdad.
Y tal vez ya sea hora de eso: volver a escuchar el río, incluso cuando la música suena fuerte.