Carla Alegría Vásquez: El zumbido de la abeja

Carla Alegría Vásquez: El zumbido de la abeja
Carla Alegría Vásquez, cientista política linarense.

"Hoy, domingo 16 de noviembre de 2025, analizamos el escenario en el Maule, en Chile y en el mundo. Un día de elecciones presidenciales con voto obligatorio —algo que no vivíamos hace tiempo— y con una expectación que trasciende lo político. Hay una sensación de pausa en el aire, como si el país entero contuviera la respiración esperando que, con los resultados en mano, algo finalmente se reactive: la economía, la esperanza o quizás la confianza en nosotros mismos. Sin embargo, el zumbido no siempre lo queremos tan presente, sobre todo si ese ruido persistente, casi insoportable, es sobre revivir proyectos sin validez técnica, de repetir debates donde se promete bajar el costo de la luz mediante la transmisión por cables de alta tensión —como si no hubiésemos aprendido nada—. Ese mismo zumbido que se mezcla con las amenazas lejanas pero insistentes de una posible tercera guerra mundial que algunos vaticinan comenzará en el norte de América del Sur. Es evidente el cansancio. La sobrecarga de noticias, el exceso de opinión, la saturación emocional. Ya no hay novedad en la catástrofe ni asombro en el desastre. Todo parece más manipulable que nunca, y quienes no queremos ser manipulados colapsamos junto a los colapsados", expresa en su columna para Séptima Página Noticias la cientista política


Por Carla Alegría Vásquez (cientista política)

                                                             Hoy, domingo 16 de noviembre de 2025, analizamos el escenario en el Maule, en Chile y en el mundo. Un día de elecciones presidenciales con voto obligatorio —algo que no vivíamos hace tiempo— y con una expectación que trasciende lo político. Hay una sensación de pausa en el aire, como si el país entero contuviera la respiración esperando que, con los resultados en mano, algo finalmente se reactive: la economía, la esperanza o quizás la confianza en nosotros mismos.

Sin embargo, el zumbido no siempre lo queremos tan presente, sobre todo si ese ruido persistente, casi insoportable, es sobre revivir proyectos sin validez técnica, de repetir debates donde se promete bajar el costo de la luz mediante la transmisión por cables de alta tensión —como si no hubiésemos aprendido nada—. Ese mismo zumbido que se mezcla con las amenazas lejanas pero insistentes de una posible tercera guerra mundial que algunos vaticinan comenzará en el norte de América del Sur.

Es evidente el cansancio. La sobrecarga de noticias, el exceso de opinión, la saturación emocional. Ya no hay novedad en la catástrofe ni asombro en el desastre. Todo parece más manipulable que nunca, y quienes no queremos ser manipulados colapsamos junto a los colapsados.
Hay quienes desean ver caer el sistema. No solo lo predicen: trabajan para que suceda, convencidos de que del caos nacerá una forma más pura de humanidad. Y hay otros —quizás menos ruidosos— que buscamos acompañar la transición con bondad, con la idea de que es posible transformarse sin destruirlo todo. Pero el colapso, como la muerte, parece inevitable.

Por subpar, películas como Dune o Divergente nos recuerdan ese impulso humano de dividir el mundo entre quienes sobreviven y quienes sobran, entre los elegidos y los descartables. Esas historias distópicas reflejan lo que tememos reconocer: que el poder tiende a encerrarse sobre sí mismo, y que la humanidad, en su búsqueda de control, se deshumaniza.

Series como la Diplomática, dan vida al imaginación de lo que sucede y no tenemos acceso.

En la música, Rosalía —aunque no sea de mis favoritas— ha sabido captar ese pulso sociológico: la mezcla de brillo y desarraigo, la performance constante del yo en un mundo que se desmorona sin dejar de bailar.

Chile, mientras tanto, vuelve a entregar una cultura cívica conservadora a la hora de votar. El miedo sigue siendo la herramienta más efectiva, incluso más que el sistema de armas que Argentina fortalecerá gracias a sus nuevas alianzas con Estados Unidos con la falsa idea de que son para proteger. Por su parte, la credibilidad del Servel se mantiene, y probablemente hoy veamos: incidentes menores, discusiones acaloradas, pero nada escandaloso. Tal vez sea la prueba de que, pese al desencanto, todavía hay una fe silenciosa en el acto de votar. Siempre he anhelado que se vote con ilusión, con estrategia o al menos con convicción. Pero dude que el escenario sea tan prodigioso este día.

Quizás por eso hay que aferrarse a la practica del zumbido de la abeja,, a ese momento en que el cuerpo y la mente se alinean y se puede escuchar el “bhramari pranayama”. Es una técnica simple: se cierra la garganta y se emite un sonido profundo, vibrante, que conecta con el pecho. Lo llaman el sonido de la calma.

Tal vez sea eso lo que nos queda hacer en medio del ruido global: respirar, vibrar, escuchar el zumbido interior que nos recuerda que seguimos vivos. Para dejar de escuchar los zumbido a ensordecedores de mentiras. Escuchar nuestro propio ruido, no para aislarnos, sino para tomar pausas y avanzar en comunidad, conscientes de que el colapso —si llega— no será el fin, sino el inicio de otra forma de estar juntos.

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