Sacerdote y misionero Carlos Terán recibe reconocimiento como “Hijo Ilustre de Linares”

Sacerdote y misionero Carlos Terán recibe reconocimiento como “Hijo Ilustre de Linares”
Misionero y sacerdote Carlos Terán es declarado "Hijo Ilustre de Linares".

Fue ovacionado por los asistentes a la sesión solemne por el aniversario 229 de la comuna y cuenta pública en el Cine Teatro Municipal. Su labor misionera lo llevó a trabajar en África durante 21 años. Uno de los momentos más complejos de su vida lo enfrentó al servir como auxiliar de enfermería con “Médicos sin Frontera” en el genocidio de Ruanda el año 1994 donde se intentó exterminar a la población Tutsi. Hombre sencillo y carismático. Actualmente tiene 70 años y sigue su labor pastoral en Linares, específicamente en la iglesia Corazón de María


Autor: septimapaginanoticias.cl

                           La ciudad de Linares tiene un nuevo “Hijo Ilustre”. Se trata del sencillo y carismático sacerdote Carlos Wilfredo Terán Castillo, de 70 años de edad y que realizó por 21 años un apostolado digno de destacar en África.

Visiblemente emocionado recibió la distinción máxima que se le puede entregar a un habitante de la comuna de Linares de manos del alcalde Mario Meza y los integrantes del Concejo Municipal. Todo lo anterior en el marco de la cuenta pública y sesión solemne realizada hace pocos minutos en el Cine Teatro Municipal.

Terán nació en el seno de la familia integrada por Arturo Terán y María Guacolda Castillo Bravo. Estudió en el Instituto Linares, el Colegio Salesianos y la Escuela ex N°3. Desde siempre sintió la vocación de servicio público a través del sacerdocio. De esta forma ingresó al Seminario Salesiano “Camino Ortuzar Montt”. Tras una intensa preparación en diversas áreas fue ordenado sacerdote el año 1981 en el Templo Catedral de Linares.

MISIÓN EN ÁFRICA

Tras recibir la orden sacerdotal emprendió viaje a Ruanda, África. Debió aprender francés y kiniarunda para poder comunicarse e interactuar con los laicos y laicas, pero principalmente con los niños de calle. Su misión generó la creación de un centro para apoyar a los menores vulnerables, del grupo “Imena” y también de la agrupación de acróbatas de Gatenga.

Carlos Terán debió enfrentar una situación extrema: el genocidio de Ruanda que fue intento de exterminio de la población Tutsi por parte del gobierno hegemónico Hutu de Ruanda entre el 07 de abril y el 15 de julio de 1994, en el que se asesinó aproximadamente al 70 % de los Tutsis. Se calcula que entre 500 mil y un millón de personas fueron asesinadas. Allí laboró incansablemente por los niños en el Refugio de Burundi. Como auxiliar paramédico aportó con “Médicos sin Frontera”.

Allí impulsó un orfanato para acoger a los niños que perdieron a sus familias. Además en una gran misión pudo reubicar a muchos jóvenes en Europa y en Chile. Una acción realmente maravillosa.

ENTREGAR LA VIDA SIN ESPERAR NAD A CAMBIO

"Lo primero que me llamó la atención de África fue la pobreza. Pero no como la conocemos en Chile. Allá la pobreza era extrema, con gente que moría de hambre todos los días y donde los más afortunados comían una vez al día. Ver a los niños descalzos o totalmente desnutridos, es algo que me golpeó de entrada", narra el padre Carlos Terán, quién hoy continúa su labor sacerdotal como párroco en la parroquia María Auxiliadora de Linares, ciudad que lo acogió tras pasar 21 años sirviendo en Ruanda.

En una entrevista al portal www.iglesia.cl el sacerdote y misionero Carlos Terán se refirió a sus 21 años de apostolado en África. "Un misionero no sólo lleva la palabra de Dios y se ocupa de robustecer la fe. Ante todo se ocupa de la dimensión humana de la comunidad en la que se integra. Por eso las primeras tareas fueron para satisfacer las necesidades básicas de las personas. Crear comedores para alimentar a los niños, conseguir doctores y entregar capacitación en tareas agrícolas y de construcción eran parte de nuestro diario vivir. Evangelizar educando, como decimos los salesianos", recuerda sobre sus primeros años.

Pese a tener un territorio menor a la Región del Maule, Ruanda es uno de los lugares más densamente poblados del planeta, con casi 12 millones de habitantes. En 1990 una guerra civil se llevó cerca de un millón de vidas y acrecentó los problemas de hambruna y salud.

"Mis primeros ocho años fueron de trabajo muy intenso, guardo un recuerdo hermoso de ellos. Pero cuando llegó la guerra se vivió un verdadero genocidio. En tres meses murieron 162 sacerdotes y la sociedad entera era un baño de sangre. Viví 4 meses en un campo de refugiados al norte de Burundi, donde hubo casi 6 mil personas. Teníamos que cocinar lo poco que había, conseguir alimentos cuando comenzó a llegar ayuda humanitaria, cuidar enfermos junto a los profesionales de la organización ‘Médicos sin Fronteras’, enterrar personas fallecidas. Lamentablemente terminó la guerra y siguieron las venganzas, por la lucha de poder de unos pocos murieron cientos de miles de personas", recuerda con emoción el sacerdote.

Convencido de que la labor del misionero es única e irremplazable, el padre Terán destaca el trabajo de miles de hermanos que de forma anónima siguen entregando su vida para mejorar las condiciones de vida de sus comunidades.

"Valoro extremadamente la tarea de los misioneros de todo el mundo. Cuando uno va a servir no espera una paga de vuelta, da todo lo que tiene y eso es maravilloso. El trabajo es la principal característica de los misioneros, viven cerca de la gente porque trabajan y se sacrifican por la comunidad. Son personas que evangelizan ante todo con su ejemplo de vida, en el anonimato absoluto y muchas veces incomunicados en poblados perdidos".

La misma violencia contra la que luchó por dos décadas en Ruanda lo obligó a salir del país el 2002, en medio de un nuevo estallido de violencia que le costó la vida a un joven misionero de su comunidad. "Cuando me vi rodeado de guardias, me di cuenta que debía partir".

Pese a las dificultades, el padre Carlos alberga la certeza de que los momentos gratificantes superan con distancia los instantes de desesperanza. "Me quedo con la sencillez que me enseñaron los africanos. No complicarse ni perder jamás las ganas de reír. Si te invitan a la casa y hay poca comida, se comparte y se disfruta. Si no hay donde sentarse, tampoco es problema. Creo que el pobre es mucho más libre de sonreír que alguien que vive en función del dinero. A veces hay gente que tiene problemas y piensa que son lo más terrible del mundo y hay tanta gente con problemas gigantes que uno no imagina. Es necesario hacer el ejercicio de ponernos por un segundo en el lugar del otro”.

EN LA CIUDAD DE LINARES

De regreso en Linares Funda el Movimiento Salesiano “Giulano Berrizzi”. Actualmente sigue con su vocación de servicio público en la Parroquia “Corazón de María” de Linares.

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