Inteligencia Artificial en la Educación Chilena: ¿Oportunidad o Desafío?

"Si logramos comprender que la inteligencia artificial no es una solución mágica, sino una herramienta al servicio del pensamiento humano, quizás estemos dando el primer paso hacia una educación verdaderamente transformadora. El futuro ya está aquí; la tarea pendiente es aprender a habitarlo con conciencia, responsabilidad y ética", plantea el abogado Alejandro Araya Valdés
Por Alejandro Araya Valdés (abogado y magister en ciencias políticas)
INTRODUCCIÓN
En tiempos donde la tecnología avanza a pasos agigantados, es imposible mirar hacia el futuro sin preguntarse cómo estos cambios afectarán los cimientos de nuestras sociedades. La educación, base del desarrollo humano y motor de movilidad social en cualquier país, no escapa a esta transformación. En Chile, en particular, la inteligencia artificial (IA) ha comenzado a abrirse camino en aulas, plataformas digitales y laboratorios pedagógicos, prometiendo modernizar los métodos de enseñanza y personalizar los aprendizajes. Esta integración, sin embargo, no es neutra ni exenta de matices. Al contrario, abre una discusión tan fascinante como urgente sobre los límites, riesgos y potenciales que estas tecnologías traen consigo.
Desde la publicación del Plan Nacional de Inteligencia Artificial en 2021, el debate sobre la IA en la educación chilena ha ido tomando fuerza, alimentada por proyectos piloto, experiencias institucionales y debates éticos que aún en ciernes. Ahora bien; ¿Cómo garantizar que estas herramientas no se conviertan en otro factor de desigualdad?, ¿cuál es el rol del docente en un aula cada vez más automatizada?, ¿cómo proteger a los estudiantes en un ecosistema digital que todavía está en construcción?. Estas preguntas exigen respuestas serias y reflexivas, porque de ello dependerá que la IA sea un verdadero aliado en la construcción de una educación más inclusiva, justa y de calidad, y no solo una moda pasajera o, peor aún, una herramienta que profundice las brechas que tanto nos cuesta cerrar.
DESARROLLO
Hoy en día, cuando hablamos de inteligencia artificial en las aulas chilenas, no lo hacemos desde una utopía lejana ni desde la ciencia ficción. Ya es una realidad tangible en diversos espacios educativos, desde institutos técnicos hasta escuelas públicas y privadas. Instituciones como Duoc UC y AIEP han comenzado a experimentar con programas de formación docente que integran la IA en sus procesos de enseñanza, además de asistentes virtuales que acompañan tanto a estudiantes como a profesores. Estas iniciativas, lejos de ser aisladas, reflejan una tendencia que crece con rapidez y que promete cambiar definitivamente la forma en que concebimos la educación.
Uno de los aspectos más visibles de esta transformación es la introducción de asistentes virtuales que permiten resolver dudas al instante y personalizar la experiencia de aprendizaje. Estos sistemas no solo alivian la carga de los docentes en contextos de alta demanda, sino que también democratizan el acceso al conocimiento, al permitir que cada estudiante reciba orientación a su ritmo y según sus necesidades específicas. En un país con grandes desigualdades en cobertura y calidad educativa, esta capacidad de la IA para adaptarse al perfil de cada estudiante es, sin duda, un avance significativo.
Además de estos asistentes, las herramientas de evaluación automatizada han comenzado a tomar protagonismo. Estos sistemas corrigen pruebas, ofrecen retroalimentación en tiempo real y detectan plagio de forma eficiente, ayudando a promover prácticas académicas más honestas. Si bien estos avances podrían parecer pequeños en comparación con la magnitud de las necesidades educativas del país, no dejan de ser importantes pasos en el camino hacia una educación más justa y transparente.
La personalización del aprendizaje es quizás uno de los aspectos que más entusiasma a quienes defienden la incorporación de la inteligencia artificial en las aulas. Plataformas que adaptan los contenidos al ritmo de cada estudiante permiten que alumnos con dificultades específicas no queden rezagados y que quienes tienen mayores habilidades puedan profundizar en su aprendizaje sin las limitaciones de una enseñanza rígida y uniforme. Esto representa un giro de paradigma: pasar de un modelo centrado en la clase magistral y la evaluación estandarizada, a uno donde el aprendizaje se construye desde la singularidad de cada estudiante, respetando sus tiempos, intereses y estilos cognitivos.
Sin embargo, aunque las oportunidades son indiscutibles, también lo son los desafíos. La implementación de la IA en la educación chilena no está exenta de riesgos que deben ser abordados con responsabilidad. Desde el plano ético, la protección de datos personales se erige como una preocupación urgente. En un contexto donde los sistemas de IA requieren grandes volúmenes de información para funcionar, garantizar la privacidad de los estudiantes —especialmente de niños y adolescentes— es más que una obligación legal: es un imperativo moral. La construcción de marcos legales claros que impidan el uso indebido o discriminatorio de estos datos, es una tarea que no puede postergarse.
A nivel técnico, las brechas digitales continúan marcando profundas desigualdades entre zonas urbanas y rurales. En Chile, aún existe un porcentaje significativo de establecimientos que carecen de la infraestructura mínima para incorporar tecnologías basadas en inteligencia artificial. Esta realidad plantea una interrogante de fondo: ¿cómo asegurarse de que la IA no se convierta en un privilegio reservado a quienes estudian en contextos urbanos o privados?. Si bien la tecnología tiene el potencial de democratizar el acceso al conocimiento, también podría terminar ampliando la brecha si no se acompaña de políticas públicas que fortalezcan la conectividad y la capacitación en las zonas más vulnerables.
Otro aspecto no menor es la formación docente. Las herramientas digitales han avanzado a tal velocidad que muchos profesores se enfrentan a ellas sin la preparación necesaria para comprender su alcance, sus limitaciones y sus usos pedagógicos. Sin una formación continua que permita integrar la IA de manera crítica y consciente, corremos el riesgo de caer en una adopción superficial, que priorice la novedad tecnológica por sobre la calidad pedagógica. Los docentes no deben ser desplazados por estas herramientas, sino fortalecidos en su rol como mediadores activos del aprendizaje.
Desde el punto de vista cognitivo, el uso indiscriminado de inteligencia artificial también plantea riesgos que van más allá de lo técnico y lo ético. Estudios recientes han advertido que una exposición excesiva a estos sistemas puede favorecer una dependencia intelectual que limite el desarrollo de habilidades fundamentales como el pensamiento crítico, la creatividad y la autonomía. Es decir, la IA puede ayudar a encontrar respuestas, pero difícilmente enseña a formular preguntas, que es la esencia de todo proceso educativo significativo. Esta observación nos obliga a pensar en modelos pedagógicos que combinen la potencia de las tecnologías con la profundidad del pensamiento humano.
El debate sobre la integración de la IA en la educación no solo se centra en lo práctico, sino que también involucra consideraciones éticas y filosóficas sobre qué significa enseñar y aprender en la era digital. Expertos coinciden en que la inteligencia artificial no debe ser vista como una amenaza, sino como una herramienta que, bien utilizada, puede enriquecer los procesos educativos. Eso sí, siempre bajo la premisa de que la tecnología debe estar al servicio de las personas y no al revés.
El marco ético propuesto por organismos internacionales, como la UNESCO, establece principios claros que deben guiar la implementación de la IA en cualquier sistema educativo: transparencia, equidad, no discriminación y responsabilidad. Estos principios son más que declaraciones de buenas intenciones; son las bases sobre las cuales se debe construir una relación sana y segura entre la educación y la tecnología.
El caso chileno, en este sentido, representa un laboratorio interesante. Por un lado, existe una voluntad política de incorporar la inteligencia artificial en las aulas; por otro, persisten las tensiones propias de un sistema que aún arrastra desigualdades históricas. La pregunta que deberíamos hacernos no es si la IA llegará a transformar la educación chilena, porque eso ya está ocurriendo, sino cómo lograremos que esa transformación sea positiva, inclusiva y ética.
CONCLUSIÓN
La llegada de la inteligencia artificial a las aulas chilenas es una realidad que ha dejado de pertenecer al ámbito de las proyecciones futuristas. La promesa de un aprendizaje personalizado, la eficiencia de las evaluaciones automatizadas y la presencia de asistentes virtuales en apoyo a docentes y estudiantes son avances que no pueden ser ignorados. Sin embargo, este nuevo escenario no está exento de sombras: las brechas digitales, la formación docente insuficiente, los riesgos para la privacidad y la autonomía intelectual de los estudiantes son temas que deben ser abordados con seriedad y urgencia.
La educación siempre ha sido, y debe seguir siendo, un espacio de encuentro humano, de diálogo y de reflexión crítica. La tecnología, por sofisticada que sea, jamás podrá reemplazar el valor del acompañamiento personal, la mirada atenta de un profesor o el poder transformador de una conversación en el aula. La inteligencia artificial debe ser un aliado que potencie estos vínculos, no que los debilite.
El desafío, entonces, no es solo tecnológico, sino profundamente pedagógico y ético. Chile tiene la oportunidad de construir un modelo de integración de la IA en la educación que no reproduzca las desigualdades del pasado, sino que abra caminos para una sociedad más justa y preparada para enfrentar los retos del siglo XXI. Para ello, se requiere voluntad política, inversión en infraestructura, programas de formación docente actualizados y sobre todo una visión de futuro que coloque a las personas en el centro de todo proceso educativo.
Si logramos comprender que la inteligencia artificial no es una solución mágica, sino una herramienta al servicio del pensamiento humano, quizás estemos dando el primer paso hacia una educación verdaderamente transformadora. El futuro ya está aquí; la tarea pendiente es aprender a habitarlo con conciencia, responsabilidad y ética.