La cruel espera: cuando la vejez se convierte en castigo en Chile

La cruel espera: cuando la vejez se convierte en castigo en Chile
Alejandro Araya Valdés, abogado.

Alejandro Araya Valdés, en su columna para Séptima Página Noticias argumentó que “la pena me embarga al ver a tantos adultos mayores de mi querido Maule Sur y de todo Chile, que llevan a cuestas no solo los años, sino también la carga de un sistema indolente. Tienen la sabiduría de una vida, pero sus voces a menudo se pierden en las ilusiones de las promesas incumplidas. Es irónico que a quienes más han dado, menos se les retribuya. Es un deber ético y moral de nuestra sociedad revertir esta situación. Necesitamos líderes con la valentía de implementar políticas reales, concretas y de largo plazo. Aquellas que garanticen que la vejez no sea un castigo, sino una etapa de merecido descanso y dignidad. Que el peso de la vida se sienta en los hombros del cansancio feliz de los años, y no en la angustia de no poder comprar el próximo remedio. Que, al final de su camino, nuestros adultos mayores puedan mirar hacia atrás con el orgullo de una vida plena, y hacia adelante con la tranquilidad de saberse cuidados. Es lo mínimo que les debemos”


Por Alejandro Araya Valdés (abogado y magíster en ciencias políticas)

INTRODUCCIÓN

Desde el Maule Sur, donde las estaciones marcan el ritmo de la vida, observo con una mezcla de tristeza, rabia y resignación cómo la vejez en nuestro país se ha transformado, para muchos, en una verdadera odisea. Lo veo en el rostro de mis vecinos, en las canas que asoman por debajo del pañuelo de la abuela que espera en la fila, en la mirada cansada del jubilado que revisa su boleta. La idea de mejorar la vida de los adultos mayores en Chile ha sido una promesa recurrente en cada campaña política, un bálsamo que se evapora con el primer día de gobierno. Pero la realidad es tozuda y los problemas que enfrentan nuestros mayores –bajas pensiones, remedios caros, listas de espera interminables en la salud, y una burocracia insoportable– persisten, condenándolos a una existencia de precariedad y angustia. Como abogado y cientista político y con la experiencia de los años, me duele constatar que hemos fallado, y seguimos fallando, a quienes forjaron nuestro presente.

DESARROLLO

El corazón de este calvario se encuentra en las bajas pensiones. Es una herida abierta que sangra mes a mes. Después de toda una vida de trabajo, de impuestos pagados y de sueños postergados, nuestros adultos mayores se ven obligados a subsistir con montos que apenas alcanzan para lo básico. ¿Cómo se espera que un ser humano que entregó su fuerza productiva al país viva con dignidad si no puede siquiera cubrir sus necesidades esenciales?. Es una bofetada a la justicia social. Y a esto se suma el flagelo de los remedios caros. Es ironico que, justo cuando el cuerpo empieza a demandar más atención y más fármacos, el sistema les imponga precios gigantescos. Muchos deben elegir entre comprar su medicamento vital o comer, entre una consulta médica o pagar la cuenta de la luz. Es una ruleta de supervivencia que ninguna persona mayor debería tener que jugar.

La salud pública es otro campo de batalla. Las listas de espera para consultas con especialistas, exámenes y especialmente, operaciones, son un túnel sin luz para miles de adultos mayores. He visto a personas con dolores crónicos, con patologías que avanzan sin piedad, esperando años por una cirugía que podría devolverles algo de calidad de vida,  y la burocracia...  La imagen del adulto mayor haciendo largas filas bajo el sol o la lluvia, con sus dolencias a cuestas, para retirar sus remedios mes a mes, es una vista de la indolencia de un sistema que no está pensado en ellos. Se les exige un peregrinaje extenuante y humillante, un trámite que se repite mes tras mes, cuando la agilidad es un bien preciado y la energía un recurso escaso. Ni hablar de las demoras en exámenes y operaciones, o la angustia cuando acuden a urgencias, donde a menudo deben esperar horas en pasillos atestados, sufriendo en silencio, con la dignidad socavada por la indiferencia del sistema. Es una crueldad disfrazada de "protocolo".

La política comparada nos muestra que esto no es un problema sin solución. Otros países, con voluntades políticas diferentes, han sabido soslayar estos problemas. En naciones como Noruega o Dinamarca, los sistemas de pensiones garantizan una vejez digna. En Canadá o el Reino Unido, los sistemas de salud universales y bien financiados reducen drásticamente los tiempos de espera y el costo de los medicamentos. Incluso han implementado servicios de entrega a domicilio de fármacos para personas mayores o con movilidad reducida. Estos ejemplos no son meras utopías; son realidades construidas sobre la base de una decisión política firme: priorizar el bienestar de sus ciudadanos de la tercera edad, reconociendo su valor y su aporte. No es magia, es planificación, inversión y empatía.

Pero en Chile, ¿qué vemos?. Propuestas superficiales, parches temporales y -lo que es peor- un discurso político que a menudo instrumentaliza el dolor de los adultos mayores para ganar votos. La solución a la crisis de nuestros mayores no está en la caridad, sino en una reforma estructural profunda que aborde el sistema de pensiones, el financiamiento de la salud y la desburocratización de los servicios. Necesitamos una visión de Estado, que trascienda los ciclos electorales y que entienda que una sociedad que no cuida a sus mayores es una sociedad que carece de memoria, de gratitud y de futuro.

CONCLUSIONES

La pena me embarga al ver a tantos adultos mayores de mi querido Maule Sur y de todo Chile, que llevan a cuestas no solo los años, sino también la carga de un sistema indolente. Tienen la sabiduría de una vida, pero sus voces a menudo se pierden en las ilusiones de las promesas incumplidas. Es irónico que a quienes más han dado, menos se les retribuya. Es un deber ético y moral de nuestra sociedad revertir esta situación. Necesitamos líderes con la valentía de implementar políticas reales, concretas y de largo plazo. Aquellas que garanticen que la vejez no sea un castigo, sino una etapa de merecido descanso y dignidad. Que el peso de la vida se sienta en los hombros del cansancio feliz de los años, y no en la angustia de no poder comprar el próximo remedio. Que, al final de su camino, nuestros adultos mayores puedan mirar hacia atrás con el orgullo de una vida plena, y hacia adelante con la tranquilidad de saberse cuidados. Es lo mínimo que les debemos.

(El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de Séptima Página Noticias).