Chile: La cenicienta desconectada en cada terremoto, lluvia o vendaval

"Desde el Maule Sur, vemos cómo cada evento natural nos recuerda nuestra vulnerabilidad. La poesía de nuestra tierra contrasta con la prosa amarga de la desconexión. Es imperativo que la clase política chilena eleve su mirada más allá de la próxima elección, más allá del encuadre perfecto para una foto viral. Es hora de entender que la conectividad en tiempos de crisis no es un lujo, sino un derecho fundamental que puede salvar vidas, mantener la esperanza y preservar la dignidad. Que la fragilidad de nuestras comunicaciones sea, por fin, la piedra de tope que nos impulse a construir un Chile verdaderamente resiliente, un país donde nadie, por vivir en un rincón apartado, quede a merced del silencio cuando la naturaleza nos recuerde su poder", plantea el abogado Alejandro Araya Valdés
Por Alejandro Araya Valdés (abogado)
INTRODUCCIÓN
En el Maule Sur la tierra tiene un pulso distinto. Aquí, donde el aroma a campo se mezcla con la brisa costera y la historia se teje en cada viña sabemos de resiliencia. Hemos aprendido a leer los signos del cielo y de la tierra, porque sabemos que en este largo y angosto país, la naturaleza no pregunta, solo actúa. Sin embargo, en cada sismo, cada temporal de lluvia o viento, cada corte de luz, una verdad cruda y dolorosa se revela con la misma celeridad con que caen las torres de comunicación: Chile es un gigante de fragilidad cuando la conectividad se esfuma, dejando a sus ciudadanos -especialmente a los de las zonas rurales como las nuestras- en un abismo de incomunicación. Lo que para algunos es una anécdota pasajera en la gran ciudad, para nosotros es una catástrofe dentro de la catástrofe, una herida abierta en el tejido social que los políticos, lamentablemente, parecen olvidar apenas se apagan los flashes de sus visitas.
DESARROLLO
Como maulino, observo con desazón cómo la recurrencia de estos eventos desnuda una falla estructural en nuestras políticas públicas. Cuando la tierra ruge, el cielo llora o el viento azota, la primera víctima, casi de forma instantánea, es la conectividad. Las antenas de telefonía móvil se silencian, el internet se desvanece y la comunicación, ese cordón umbilical que nos une al mundo, se rompe. Para la gente de nuestras comunas, esto no es un mero inconveniente; es un bloqueo vital. ¿Cómo avisar a un familiar en la ciudad que estamos bien?. ¿Cómo solicitar ayuda médica urgente en zonas donde los caminos ya son difíciles?. ¿Cómo coordinar la evacuación de adultos mayores o niños?. La voz que se quiebra en el teléfono sin señal, la mirada perdida buscando una luz en la pantalla del celular sin cobertura, son el rostro de una desprotección que se agudiza en la soledad del aislamiento.
La fragilidad de nuestra infraestructura de comunicaciones es un reflejo de la miopía en la planificación. Parece que cada nueva emergencia nos encuentra en el mismo punto de partida; lamentando la desconexión, pero sin acciones concretas que trasciendan la coyuntura. Los diagnósticos están hechos, las advertencias de expertos son claras. Sabemos que Chile es un país sísmico, con una geografía compleja y un clima variado. Sin embargo, las políticas públicas en esta materia son escasas, fragmentadas y peor aún, carentes de una visión preventiva y de largo plazo. ¿Dónde están los planes para el despliegue de redes satelitales para la fortificación de antenas en zonas críticas, para el desarrollo de sistemas de comunicación de emergencia autónomos para comunidades rurales?. La respuesta es, dolorosamente, casi nulas. Se priorizan los proyectos de gran envergadura y visibilidad, mientras lo esencial, la red capilar que sostiene la vida de miles de chilenos en la adversidad, permanece en un estado de precariedad inaceptable.
En contraste, la experiencia internacional nos ofrece valiosas lecciones. Países con alta sismicidad o condiciones climáticas extremas, como Japón o Nueva Zelanda, han invertido masivamente en infraestructura resiliente y en sistemas de comunicación de emergencia robustos. En Japón por ejemplo, existen sistemas de alerta temprana que utilizan múltiples canales de comunicación (radio, televisión, celulares) y redes de fibra óptica subterráneas y submarinas diseñadas para resistir terremotos. Además, se promueve la capacitación comunitaria en el uso de radios de banda ciudadana y otros medios alternativos en caso de colapso de las redes principales. En Estados Unidos tras huracanes devastadores, se han implementado "granjas de antenas" móviles que pueden ser desplegadas rápidamente para restablecer la comunicación en zonas afectadas. Estas son soluciones concretas, fruto de una planificación estratégica y una inversión decidida en la seguridad de sus ciudadanos.
Pero en Chile, tristemente, pareciera que la respuesta política ante la tragedia se limita al populismo del "terreno". La imagen del político con el damnificado, la palabra de consuelo grabada en video, el abrazo sentido, se han vuelto más importantes que la implementación de soluciones reales, concretas, preventivas y de largo plazo. Es como si la conmoción del momento eclipsara la urgencia de la acción. No basta con lamentar la desconexión; es hora de exigir y construir una verdadera política de resiliencia en conectividad. Una política que involucre a las empresas de telecomunicaciones, al Estado, a las universidades y, fundamentalmente, a las propias comunidades. Que se fije en la robustez de las infraestructuras, en la diversificación de las tecnologías y en la capacidad de respuesta ante el colapso de los sistemas primarios.
CONCLUSIONES
Desde el Maule Sur, vemos cómo cada evento natural nos recuerda nuestra vulnerabilidad. La poesía de nuestra tierra contrasta con la prosa amarga de la desconexión. Es imperativo que la clase política chilena eleve su mirada más allá de la próxima elección, más allá del encuadre perfecto para una foto viral. Es hora de entender que la conectividad en tiempos de crisis no es un lujo, sino un derecho fundamental que puede salvar vidas, mantener la esperanza y preservar la dignidad. Que la fragilidad de nuestras comunicaciones sea, por fin, la piedra de tope que nos impulse a construir un Chile verdaderamente resiliente, un país donde nadie, por vivir en un rincón apartado, quede a merced del silencio cuando la naturaleza nos recuerde su poder.