Por Camilo Sánchez Yáñez
En el ala sur poniente del cementerio parroquial de Linares se encuentra uno de los nichos más antiguos, con sepulturas de inicios del siglo XX. Entre inscripciones árabes, y otras lamentaciones comunes, destaca un epitafio totalmente rupturista “Aquí descansan los restos de una desgraciada joven, 1º de Marzo- 1938".
Sin más antecedentes, podría ser considerada otra tumba de una persona desconocida, como tantas en el mismo campo, pero el escrito es en sí mismo una declaración de profundo dolor ¿Quién era esta persona? ¿quién volcó su corazón en esto sin más antecedentes para la posteridad? Y como fenómeno reciente, la tumba ha comenzado a recibir el fervor popular, un culto espontáneo a una muerte desconocida e idealizada que se transforma en un lugar común para consuelos y favores como recurso desesperado.
En los años 30’, Linares era un sector eminentemente campesino, con distribuciones geográfica limitadas por fundos alrededor
de la zona urbana, una estructura social segregada en extremo y altamente moralista, con escasa conectividad, un alto analfabetismo y un sector donde todas y todos se conocían de alguna manera; una aldea grande como lo describía el periódico “El Heraldo de Linares”. Así, cualquier evento de alta connotación social debía ser conocido y eventualmente comentado en los medios locales, quizás una muerte podría haber tenido estos ribetes.
En las inscripciones de defunción del Registro Civil de Linares del primero de marzo del año 1938 se constató el fallecimiento de dos mujeres, una de 76 años fallecida por enfermedades respiratorias y otra de una mujer de 19 años cuya causa de muerte señala Destrozada por el tren. Una descripción explícita y con un marcado pesar mezclado con rabia, considerando que se estilaba que las causas de muerte eran inscritas por un familiar y no según la glosa de un parte médico, por lo que esta descripción no sigue la tónica narrativa de las otras inscripciones del mismo registro; un punto en común con el epitafio.
Además, la inscripción individualiza a la fallecida y al deudo: Frida Cisterna Castillo de 19 años, soltera y dedicada a labores propias del sexo, y su muerte fue registrada por Carlos Fernández profesor de 24 años. ¿Frida y Carlos?, un epitafio lleno de simbolismos, un acta de defunción explícita, ¿habrán sido ambas del profesor en memoria de Frida?
En la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, en Santiago, se conservan copias digitalizadas de gran parte de las publicaciones que se han hecho en Chile. Entre estas, están las del Heraldo de Linares de los días 2 y 3 de marzo de 1938. En ambos días, se publicaron notas y columnas alusiva al suicidio de una simpática señorita, muchacha virginal y pura. Las publicaciones no dieron detalles de quien fue la mujer, sólo una descripción vaga de una vida llena de lozanía, juventud y belleza y un listado de acontecimientos sin concluir que pudieran dar respuestas claras. Sin embargo, entre el machismo de las publicaciones, se registró una secuencia temporal según la investigación policial realizada por orden del fiscal. Frida realizó trámites con su madre anciana en el centro de Linares y luego le pidió a su criada que la transportaran al sector de Batuco, a un costado de la línea férrea (salida sur de Linares), dio la orden de que sólo esperaran y caminó por la vía hacia el sur hasta el puente sobre el rio Achibueno, quitándose parte de sus ropas dejó su sombrero en un machón del puente, sus guantes y su cartera; así, sin sus atavías ni materialidades esperó el recorrido del tren de las 18:00 horas en dirección a Linares desde Chillán.
Es de suponer que Frida nació en la cuna de una familia conservadora, quizás Carlos fue un amorío un tanto imposible, quizás la desesperanza la inundó o la rabia, una de las columnas señaló que su muerte fue un homenaje a la dignidad herida, y un merecido anatema a la perversión humana.
Frida, nunca sabremos a cabalidad qué gatilló tu decisión, sólo las conjeturas de los hechos. De tu casa en calle Maipú N° 1080 no queda nada, no hay registros de Carlos en los liceos de Linares, ni siquiera el puente está sólo quedan los cimientos en donde enrostraste a la muerte con tu desesperanza y soledad. Hoy, tu decisión es romantizada por tu epitafio como último registro de amor y dolor, y de alguna manera la gente te visita buscando paz terrenal sin siquiera saber tu nombre, hasta hoy.